Pierre Goldman, judío, francés de origen polaco y activista de extrema izquierda, fue acusado a principios de los años sesenta de tres atracos en París, y en el último de ellos, a una farmacia, también de la muerte de las dos farmacéuticas que trabajaban allí. Él se reconoció autor de los dos primeros robos pero negó su participación en el tercero y en los asesinatos. Fue condenado en un primer juicio a cadena perpetua, aunque el veredicto causó mucha polémica social y la movilización de la izquierda francesa, con lo que la Corte de Casación anuló ese primer veredicto y se celebró un nuevo juicio. Y ahí comienza la película de Cédric Kahn, que transcurre prácticamente en su totalidad dentro de una sala de juicio.El interés de la película puede encontrarse en la propia historia del personaje, que se va desmenuzando entre testimonios y confesiones; o en la dinámica del proceso, muy cruzado de impresiones, interrupciones, gritos, opiniones, acusaciones, racismo y prejuicios religiosos…, o en la manera que tiene el director de afrontar la historia, cuya cámara observa sin excesivo protagonismo las idas y vueltas de abogados, acusado, testigos, juez y público, y con una frialdad de mirada que choca con la pasión interna, especialmente del protagonista.El actor Arieh Worthalter interpreta a Goldman, y de un modo selvático, irrazonable, tenga o no razón, lo que deja en la pantalla a un tipo que nunca busca la simpatía de la mirada. Este hecho produce una impresión sin duda buscada por el director y el actor, una falta de conexión con el espectador, lo cual, pasado un primer tiempo de asentamiento en el relato, se desliza hacia la reiteración y el desinterés. Y mira que las películas de juicios son entretenidas, apasionantes, pero ‘El caso Goldman’ asume el riesgo de no ser ni una cosa ni la otra.
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