Crítica de ‘Los vigilantes’: ‘folk horror’ y criaturas de la noche en el debut de la hija de Shyamalan

«La verdadera naturaleza de la personalidad de alguien se revela a través de sus ojos«, recoge uno de los proverbios más antiguos y conocidos de Éire, la isla de los duendes y hadas, conocida por todos como Irlanda. Un mantra que la nueva película Los vigilantes (The Watchers, en su versión original) lleva hasta el extremo. 

El folclore irlandés, de origen celta, ha promovido durante siglos la existencia de criaturas místicas, deidades y figuras diabólicas entre sus bosques cada vez mayormente mermados por la mano del hombre. Indagando en la rica tradición de esta zona, Ishana Shyamalan debuta en el cine de terror con un folk horror que ahonda en las raíces más esotéricas y fantásticas de Irlanda. 

Siguiendo los pasos previos de títulos que ya nos trasladaron a los bosques del país del trébol y a sus monstruos, de la talla de The Hallow (2015), Without Name (Lorcan Finnegan, 2016) o Bosque maldito (Lee Cronin, 2019), Ishana Shyamalan hacer alarde del mejor ingenio para crear el guion de Los vigilantes (basado en la novela de A.M. Shine), trasladándonos paralelamente a escenarios familiares. Y es que la impronta de M. Night Shyamalan está muy presente en el cine de su hija. Del cuidado uso del sonido y la construcción visualmente poderosa de cada plano, hasta el gusto por los giros de guion finales, el legado continúa en el cine de su sucesora. 

A través de pocos elementos presentados ante el espectador -cuatro protagonistas, un refugio misterioso, un bosque y unas criaturas que ni siquiera vemos hasta bien avanzado el metraje-, Los vigilantes brilla en la presentación de su puesta en escena. Menos es más. Y vaya que lo demuestra Ishana. 

De esta forma, el plato fuerte de la película se halla en la presentación del personaje de Mina, interpretada por una sublime Dakota Fanning, quien representa los claroscuros del ser humano y se apoya en un casting acertadísimo completado por un desquiciado Daniel (Oliver Finnegan), una traumatizada Ciara (Georgina Campbell) y una experimentada Madeline (Olwen Fouéré).

A pesar de ello, Ishana peca de cometer los errores de cualquier director novel de fantasía al intentar alcanzar un clímax final, masticando al máximo el argumento en su segundo acto y haciendo peligrar el desenlace. Así presenta un difuminado y esperable plot twist, marca de la casa Shyamalan, que acaba dilucidando que estamos ante una cineasta interesante a la que aún le falta asentarse.