Crítica de ‘Monkey Man’: el debut largo de Dev Patel huele a sudor, sangre y fritanga

Salvador Pániker, medio indio y medio catalán,  no disfrutaba de los viajes a la tierra de su padre: en sus diarios, el escritor señaló que solo en algunas zonas rurales del país podían encontrarse unas raíces anteriores a los Vedas, al sistema de castas y a la ocupación británica. Quién sabe si Dev Patel, londinense de nacimiento, piensa algo similar, pero Monkey Man (su debut largo como director) evoca impresiones muy parecidas. 

Pese a las comparaciones con John Wick, saga que se lleva un guiño al poco de empezar el metraje, Monkey Man tiene muy poco que ver con las coreografías en plano general de Chad Stahelsky y Keanu Reeves. En lugar de eso, Patel ha optado por filmar los tortazos en distancias cortísimas, diríase que con la intención de que nos salpique la sangre, y también de que nos llegue el olor de un país podrido hasta las cejas. 

Entre rings de peleas clandestinas, chabolas infectas, burdeles de alto standing y ashram que esconden conspiraciones de extrema derecha, Monkey Man describe un panorama que más bien parece una cadena alimenticia: la identidad de cada personaje (desde el mafiosillo Sharlto Copley al camello Pitobash) viene dada por su posición en una jerarquía de abuso, humillación y, en último extremo, muertes truculentas. 

Frente a tamaña espiral de miseria (cuyo parecido con el régimen de Narendra Modi no es casual, sino todo lo contrario), Monkey Man ofrece algo parecido a una salida a través del mito, la solidaridad entre colectivos marginados y la memoria de una tradición que no es motivo de estancamiento, sino la fuente de una vitalidad nueva. 

¿Qué pensará un nativo de India ante una descripción así? Por lo pronto, sabemos que el miedo a las represalias en el país del Ganges ha asustado a la mismísima Netflix. Y, política aparte, también puede afirmarse que esta película supone un debut prometedor para un cineasta al que convendrá seguir la pista.