Crítica de ‘Paradise is Burning’: una oda a la rebeldía adolescente y la frescura de las primeras veces

Salvo algunas excepciones, la vida es lo que queramos hacer de ella. Y un buen recordatorio es Paradise is Burning, este coming of age sueco que esquiva el drama social para convertirse en la cinta de culto del verano, una oda a la libertad, a la rebeldía adolescente y a la frescura de las primeras veces. Laura, Mira y Steffi son tres hermanas que han sido abandonadas por su madre. Es verano, y lejos de deprimirse, deciden sacar el mejor partido del periodo estival. Se bañan en piscinas ajenas cuando los dueños están fuera de casa, saquean supermercados, se enfrascan en peleas a puñetazo limpio y hacen rituales de iniciación cuando a una de ellas le viene la regla.

Gran parte del mérito de que decidamos fluir con estas niñas salvajes reside en las jóvenes intérpretes Bianca Delbravo, Safira Mossberg y Dilvin Assad. Pero también en la puesta en escena de Mika Gustavson, desenfadada, lúdica, a veces provocadora como en esas miradas a cámara que remiten a la Nouvelle Vague. Todo ello, los colores vivos de esa Suecia veraniega e irreconocible, y el sentido del humor que comparten estas tres hermanas nos acerca a cintas recientes como The Florida Project, donde los más pequeños trascienden sus duras realidades aprovechando su excepcional libertad y con dosis extra de imaginación. Eso, sin duda, es lo que atrae al personaje que interpreta con mucho misterio Ida Engvoll, una mujer adulta que está pasando por un postparto nivel Cinco lobitos o superior, y que entra en la vida de las protagonistas cuando los servicios sociales amenazan con poner fin a la fiesta. La certeza de que todo acabe mal para estas hermanas no abandona al espectador en ningún momento a lo largo del metraje. Por eso tiene tanto mérito que la experiencia sea tan disfrutable.

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