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Françoise Hardy, las mil y una noches de la ‘chanson’

«Todos los chicos y chicas de mi edad/ pasean por la calle de dos en dos/ Todos los chicos y chicas de mi edad/ saben qué es ser feliz/ y mirándose a los ojos y de la mano/ se van enamorados sin miedo al mañana», cantaba Françoise Hardy, flequillo vivaz y jovial melancolía, al otro lado de la pantalla. ¿El año? 1962. ¿La canción? ‘Tous les garçons et les filles‘. Una delicia de pop que, inexplicablemente, la discográfica Vogue ha relegado a la cara B del EP ‘Oh Oh Chéri’. La cantante francesa, 18 años recién cumplidos y una guitarra como regalo por haber superado con éxito el bachillerato, ya se había asomado por la pequeña pantalla poco antes, pero fueron los tres minutos de ‘Tous les garçons et les filles’, supuesto relleno para amenizar la espera de los resultados del referéndum sobre la elección por sufragio universal del Presidente de la República, los que le cambiaron la vida a Françoise Madeleine Hardy (París, 1944).

Normal que, sesenta y dos años después, la primera canción fuese también la última; el réquiem ye-yé que pincharon casi todas las radios para despedir a la francesa, fallecida este martes a los 80 años. Su impacto, sin embargo, fue más allá de aquel primer hito de impacto. De hecho, si por algo se caracterizó Hardy, icono de la ‘chanson’ y quintaesencia del pop escurridizo, fue por una discografía ejemplar y una habilidad casi sobrenatural para saber de quién rodearse en cada momento. Por moldear la canción francesa a su antojo y servir sofisticados cócteles de melodías fascinantes, arreglos alambicados y sonadas apropiaciones como esa ‘Je changerais d’avis’ que construyó a partir del ‘Se telefonando’ de Mina y que iluminaba como un faro ardiendo ‘Françoise’, su disco de 1966. Era la época de los viajes a Londres, el desengaño del ‘swinging London’ y el descubrimiento de que hay todo un mundo más allá de las producciones precarias.

A la vuelta de la esquina esperaban Charles Blackwell y, quién sino, Serge Gainsbourg, mago del pop que le ‘regaló’ ‘L’anamour’ y ‘Comment te dire adieu’.

Con Francia en el bolsillo, tocaba conquistar otros mercados. A Bob Dylan ya lo había dejado boquiabierto años antes, pero para abrirse camino en Inglaterra hacía falta algo más. A saber: un puñado de versiones de los Kinks, Neil Young y Leonard Cohen y una tanda de composiciones originales en comandita con Micky Jones y Tommy Brown. De esta época, principios de los setenta, son algunos de sus mejores trabajos, como esa joya de primoroso pop barroco de título homónimo (y rebautizado más tarde como ‘If You Listen’ que publicó en 1972). Sólo un año después, sin embargo, el desencanto: el vuelco supuestamente experimental (tampoco tanto) de ‘Message Personal’ deviene batacazo y trunca la racha. Público y crítica miran hacia otro lado y ella decide que es un buen momento para tomarse un respiro.

En discreto segundo plano, Hardy siguió a lo suyo, alternando discos menores con otras ocupaciones como el estudio de la astrología, hasta que, a mediados de los noventa, un puñado de jóvenes entusiastas decidieron que era hora de recuperar a la cantante francesa. Air la suben a su ‘Moon Safari’ para que grabe la voz de ‘Jeanne’. Con (el no tan muchacho) Iggy Pop canta ‘I´ll Be Seeing You’. Y por ahí pasaba un tal Damon Albarn, cantante de Blur, empeñado en regrabar una versión de ‘To The End’ con una sección de cuerdas y, claro, la voz de Hardy.

A la cantante, que acababa de descubrir al grupo inglés por la tele, todo aquello le resultó maravillosamente desconcertante. «Debo decir que la grabación no es muy buena en general y que mi participación no aportó absolutamente nada a la canción», recordaría en sus memorias. «Sin embargo, no me arrepiento de la espléndida fuente de juventud que resultó ser esta aventura. Damon Albarn, cuyo ligero parecido con Jacques y Thomas [Dutronc, el marido y el hijo de Françoise] me desconcertó, es un artista talentoso y un muchacho brillante que desarma a todos con su ternura y encanto», añadiría.

‘Le danger’, de 1999, fue un intento de recrudecer su sonido y sumarse a esa oleada de ‘chanson’ eléctrica de autor que surfear tipos como Dominique A, pero tampoco ahí acabó de encajar. Desde entonces, silencio y enfermedad. Escribe ‘La desesperación de los simios… y otras bagatelas’, su formidable biografía, pero desaparece del mapa musical. Primero un año. Luego casi diez. Hasta que llega, ahora sí, el adiós. El otoñal y majestuoso ‘Personne d’autre’. Voces y susurros. Pianos juguetones sobre guitarras somnolientas. La meta de un portentoso viaje de ida y vuelta a través de las mil y una noches de la ‘chanson’ y casi todos sus afluentes.

Content Source: www.abc.es

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