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Patti Smith, el fuego eterno de la suma sacerdotisa del punk

«El primer concierto de rock’n’roll que se ha visto y oído en este país. Tirando todas las etiquetas por la ventana, aquello fue rock’n’roll, sin la vergonzosa autocaricatura de los Stone. Rock’n’roll visceral, iluminado, experimental, ácido, eterno, por siempre rock’n’roll», Con tan laudatorias palabras recibió la revista ‘Vibraciones’ en debut en España de Patti Smith (Chicago, 1946), la pintora que iba para poeta y acabó convertida en suma sacerdotisa del punk. ¿El año? 1976. ¿El lugar? El pabellón del Joventut de Badalona.

Un año antes, su álbum de debut, el mugriento y abrasivo ‘Horses’, había caído a plomo sobre el Nueva York de las guerrillas rock y el punk ‘avant la lettre’ y, con el CBGB’s como base de operaciones, había liquidado en un par de mordiscos la distancia entre el aullido eléctrico del rhythm’n’blues y aliento visceral de la generación beat. «Jesús murió por los pecados de alguien / pero no por los míos», cruce de cables entre Bob Dylan e Iggy Pop, y la electricidad asilvestrada de ‘Free Money’ anticipando la revolución que esperaba a la vuelta de la esquina.

Medio siglo después, ahí sigue Patti, fuego eterno e incombustible poeta del sobresalto, exprimiendo la vida, celebrando a sus muertos, y buscando a sus 77 años nuevas maneras de conectar con el presente. No publica un disco con material nuevo desde 2012, cuando entregó ‘Banga’, pero en la gira europea que la trae este viernes a Les Nits de Barcelona ha sorprendido incorporando a su repertorio una versión de ‘Summertime Sadness’, de Lana del Rey.

A su lado, viejos conocidos como Jimi Hendrix, Bob Dylan e incluso Kurt Cobain, a quien le dedicó ‘About a Boy’ en 1996, completan el armazón memorialístico de una artista que, como explicó en su última entrevista con ABC en 2022, no hace más que su trabajo cuando pisa el escenario y entra en trance. «No me gusta encerrarme en etiquetas. De acuerdo, sí, estoy conectada al punk rock, estoy enraizada en muchas cosas, pero no estoy confinada en ninguna imagen. Sólo hago mi trabajo. Esa era mi filosofía en 1975 y lo sigue siendo ahora», dijo entonces.

Tampoco ahí la elección del año fue casual. Otra vez 1975. El año del caballo. El que lo cambió todo. Smith y su banda entraron a grabar en septiembre, pero poco antes, mientras actuaban en el CBGB’s, llegó una de sus grandes epifanías. «Me pareció una noche iniciática, en la que había logrado ser yo misma en presencia de la persona que había tomado como modelo», recordaría. La persona en cuestión, claro, no era otra que Bob Dylan, a quien Patti reemplazaría años después en la ceremonia de entrega del Nobel de Literatura.

Rimbaud en el bolsillo

Antes de ‘Horses’, lo ‘normal’: una década de titubeos artísticos, buhardillas parisinas repletas de lienzos fallidos y habitaciones compartidas con Robert Mapplethorpe en el Chelsea Hotel. ‘Cowboy Mouth’ junto a Sam Shepard; los primeros calambrazos acompañada por Lenny Kaye, el más fiel de los escuderos; y los recitales de Gregory Corso en la iglesia de san Marcos. También un embarazo a los 19 años, un hijo dado en adopción y un ejemplar de ‘Iluminaciones’ de Rimbaud que birló de un quiosco de Filadelfia y con el que puso rumbo a Nueva York en 1967. «Se convirtió en mi arcángel y me salvó del horror de la tediosa vida obrera», escribe en ‘Éramos unos niños».

¿Y después? Pues un poco de todo. Apuró Smith la racha eléctrica con ‘Radio Etiopía’, ‘Easter’ y ‘Wave’, se alió con Bruce Springsteen para forjar uno de sus grandes himnos, ‘Because The Night’, y de pronto desapareció del mapa. Porque llegaron los ochenta y Smith, antaño inconformista e iconoclasta, se bajó de la furia punk para entregarse a la vida hogareña junto a su marido, el guitarrista de MC5 Fred ‘Sonic’ Smith, y sus dos hijos, Jesse y Jackson. Un retiro autoimpuesto sólo roto por el tibio ‘Dream Of Life’ y la edición de algunas antologías de poemas y relatos. «Creo que me convertí en una persona mejor. Al principio todo me daba lo mismo, solo me interesaba convertirme en artista. Pero al casarme y tener hijos aprendí a pensar en la sociedad, a ser una ciudadana, por así decirlo», recordaría años más tarde.

A finales de los ochenta, la muerte empezó a rondarla y se le multiplicaron los fantasmas: Mapplethorpe falleció en 1989 víctima del SIDA; un infarto se llevó a Fred ‘Sonic’ Smith en 1994; y, sólo dos meses después, moría su hermano Todd. La música, una vez más, sería la respuesta; el antídoto a una hecatombe emocional de la que surgió ‘Gone Again’, su resurrección artística de mediados de los noventa. Son los años de las giras con Bob Dylan, las entusiastas colaboraciones de ida y vuelta con R.E.M (Michael Stipe le echa un cable en ‘Glitter In Their Eyes’ y ella le devuelve el favor en ‘E-Bow The Letter’), y el retorno a la liga de los lanzamientos más o menos regulares.

Tras dieciséis años de retiro casi monacal, Smith recuperó el tiempo perdido con ‘Gung Ho’, ‘Trampin’ y el disco de versiones ‘Twelve’; recibe en sueños a sus caídos, un día a Sam Shepard, otro a Roberto Bolaño; y se multiplica en exposiciones, recitales y actuaciones en directo mientras apura un éxito literario que le ha llegado casi como bola extra al final de su carrera. «A medida que envejezco he descubierto que la escritura es mi mejor modo para expresarme», reconocía en una de sus últimas entrevistas una arista que, además del espléndido ‘Éramos unos niños’, ha dejado en los últimos años otros títulos para el recuerdo como ‘M Train’ y ‘El año del Mono’, libros en los que hace memoria enredando poesía y vida cotidiana y homenajeando a todas esas amistades que se han ido quedando por el camino. «Antes, cuando estaba actuando, alguien levantaba un ejemplar del disco ‘Horses’ o de cualquier otro; ahora estoy cantando y alguien entre el público levanta ‘Éramos unos niños’. Eso para mí es un regalo», resumía la propia Smith.

Content Source: www.abc.es

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