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Roberta Medina: «La crisis económica acabó con Rock in Rio en Madrid»

El vestido corto con lentejuelas amarillo verdoso, las puntas del pelo teñidas de azul, las largas uñas de gel o los tacones de los zapatos con los que Roberta Medina, hija del fundador de Rock in Rio, Roberto Medina, se presenta a la entrevista con ABC son la cara de uno de los mayores festivales de música del mundo.

Rock in Rio tiene casi tantos años (40) como la brasileña, vicepresidenta del festival, que ha visto y conocido a muchas de las grandes bandas de los últimos años. Recuerda momentos únicos de algunos de sus conciertos, cuando «Amy Winehouse actuó en plena desintoxicación clínica, en 2010, en un estado de degradación brutal» con la mitad del público bailando como si no pasara nada y la otra mitad dando la espalda al escenario y mirando a los televisores para ver que «no estaba nada bien. Fue muy triste», dice Roberta.

La industria presiona demasiado a algunos artistas, reflexiona y subraya que hay que cuidar a las músicos. «O cuando Mick Jagger exigió una pista de atletismo en el perímetro del recinto del festival. No se lo puedes negar a un artista así, lo menos que le puedes dar es una pista para correr», dice, volviendo a incidir incluso en que hay que mimar a los artistas para no dejar que la industria los ‘devore’ recordando las grandes pérdidas que se han producido en la industria musical.

Uno de los episodios más divertidos fue cuando el cantante de los Kaiser Chiefs cruzó el recinto en tirolina sin avisar a seguridad, rememora. Y todo esto en un negocio complejo y masivo. Durante la última edición de Rock in Rio Lisboa, el recinto del festival se llenó con 80.000 personas cada día durante dos fines de semana y 7,5 millones de seguidores en redes sociales y televisión.

«Es el público el que elige los grupos para el festival, es un negocio, no elegimos a los artistas porque sean portugueses o españoles, ni queremos particularmente a ninguno, es el público el que decide el cartel», explica Roberta sobre la curaduría del evento, que ya no es sólo de rock, sino también de funk, pop y rap, lo más comercial y escuchado de cada estilo.

«La alegría del primer festival después de Covid-19 fue impresionante», sin embargo «la pandemia podría haber sido devastadora si los gobiernos no hubieran legislado para permitir a los organizadores culturales recaudar temporalmente los ingresos de los eventos cancelados»;, dice Roberta, que vive en Cascais, Lisboa, desde 2003.

«Cuando llegué por primera vez, me sentí como en casa, como si estuviera en Río de Janeiro, sentí una identificación personal con Lisboa, todo es menos en Portugal, todo es más en Brasil», afirma. De hecho, este año, cuando anunció que Rock in Rio Lisboa se repetiría en 2025, por primera vez durante dos años consecutivos, explicó a ABC que las crisis económicas desencadenadas en 2008 y 2012 provocaron el fin del festival en Madrid.

«El coste se hizo inviable en comparación con los ingresos en España, en aquel momento el Estado español había recortado el 80% de la inversión pública en cultura», recuerda Roberta. Y se vendieron menos entradas en Madrid que en Lisboa.

Para la vicepresidenta de Rock in Rio, el festival se adapta a las diferentes circunstancias manteniendo su esencia original: la de ser una ciudad cultural y de ocio donde la gente celebra junta un día de fiesta. No se trata sólo de música.

En cuanto a los orígenes del festival y la innovación que introdujo en el mercado, Roberta habla de su padre, un ejecutivo de publicidad que fue el primero en pensar en dirigir las luces del escenario al público, pensando en la relación entre músicos, festival y público. Hoy, la empresa Rock in Rio tiene festivales en Río de Janeiro, São Paulo y Lisboa. Produce algunos de los mayores eventos musicales del mundo: «Cuando llegamos a Portugal, nos dijeron que aquello no era Brasil. Y en España nos dijeron que no estábamos en Brasil ni en Portugal. Siempre juntamos todo en un crisol para crear una nueva cultura», dice Roberta, para quien Rock in Rio es un laboratorio social de respeto, donde la gente se preocupa por el bienestar de los demás y recuerda que hay ciudades con menos población que sus 80.000 visitantes diarios.

Desde 1985, el cartel del festival ha sido muy rico y diverso, «y es un símbolo de una generación en Brasil. Después, los padres empezaron a traer a sus hijos» y se convirtió en un festival transgeneracional. De hecho, casi nadie asiste a todos los días de conciertos, cada uno se compra entradas para sus días favoritos». El público de Scorpions nos es lo mismo que el de los Jonas Brothers, claro, recuerda la vicepresidenta del festival.

Content Source: www.abc.es

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