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Nuria Espert: «¿Por qué en Cataluña tienen que estar tirándose los trastos a la cabeza todo el tiempo?»


A Nuria Espert –es natural a estas alturas– los reconocimientos le llegan a pares. La Fundación SGAE le acaba de conceder el premio Max de Honor, que está previsto que reciba el próximo 1 de julio, apenas unas semanas después de cumplir 89 años. Por otro lado, el lunes próximo recibirá en la Embajada de España en Londres el doctorado Honoris Causa por The Royal Central School of Speech and Drama de la Universidad de Londres. En este centro han estudiado figuras como Harold Pinter, Vanessa Redgrave, Laurence Olivier o Judi Dench, entre otros. Recibe a ABC en su casa madrileña, una plácida y privilegiada atalaya desde cuya ventana contempla el Palacio Real y la Plaza de Oriente, —A estas alturas, ¿cómo recibe los premios?—Siempre agradecida y siempre contenta porque me gustan muchísimo. El Max –que ha sido una sorpresa maravillosa– me hace una ilusión especial porque yo he sido siempre muy gitana, siempre de allá para acá y me he ido distanciando un poco de la profesión y de los compañeros. Afortunadamente, he podido vivir mi profesión con dedicación hasta el final de mi vida. Es una maravilla, pero también he pagado todo el precio que tiene: menos vida familiar de la que quisiera, menos amigos y amigas viéndonos y llamándonos todo el tiempo… Tengo la mala costumbre de no tener móvil; puedo tener silencio cuando quiero, pero me privo de muchas relaciones, superficiales, pero que también calientan la vida de las personas.—Habla de que ha tenido menos vida familiar, pero su familia es una piña alrededor de usted… No lo habrá hecho tan mal, no habrá sido mala madre…—¡Ay, no! Espero que no. Pero tampoco me van a dar el premio a la madre del año… El resultado es maravilloso, claro. No es que me haya tocado en una lotería, pero sí he tenido muchísima suerte. Armando [su marido, con quien se casó en 1955, y que falleció en 1994] fue una suerte enorme en mi vida. Nos conocíamos poquísimo cuando nos casamos y él se convirtió en un hombre de teatro importante para poder darme un marco en el que trabajar y desde el que crecer. Y no hay palabras para agradecérselo. Estuvimos muchos años juntos, salió maravillosamente. Alicia, Nuria y Bárbara [sus dos hijas y su nieta] son, a mis ojos, tres joyas, y tienen una gran generosidad. Bárbara se va a venir desde Menorca para estar cinco horas conmigo en este premio, que ella sabe que me hace una ilusión especial porque se llama Speech and Drama. La palabra y la narración. Lo que se cuenta, que tiene que pasar por la limpieza y la belleza de la palabra.—Usted tiene la suerte de poder expresarse en dos lenguas… Es una riqueza extraordinaria, pero ahora es signo de enfrentamiento…—A ver cómo lo digo para que no me tiren por un balcón… Yo adoro Cataluña. Amo el catalán… Que lo hablo muy bien, por cierto. He tenido la suerte de vivir en un barrio donde la gente hablaba maravillosamente. En eso me tocó la lotería; mi catalán es magnífico y creo que cuando actúo en catalán soy mejor actriz que cuando lo hago en castellano: sin darme cuenta, sin quererlo. Pero… Cataluña es un país pequeño, ¿por qué tienen que estar tirándose los trastos a la cabeza todo el tiempo? Cataluña ya no es lo que era hace treinta años. Yo, allí, me siento feliz, visitando los lugares que amo; me siento muy querida también. El espectáculo que estamos haciendo ahora, ‘La isla del aire’, me ha dado la oportunidad de relacionarme otra vez con mi gente y me han dado tanto calor, tanto afecto, tanto cariño y respeto… Todo en sacos enormes… Eso me hace muy feliz. «Adoro Cataluña. Amo el catalán… Que lo hablo muy bien, por cierto. Mi catalán es magnífico y creo que cuando actúo en catalán soy mejor actriz que cuando lo hago en castellano»—Se ha hablado mucho de que, precisamente, ‘La isla del aire’ puede suponer su retirada.—¡Eso fue un malentendido! En esa obra tengo la suerte de interpretar un papel que no había interpretado nunca en el teatro: la gracia, la burla, la rapidez mental, la maldad escondida detrás de una cierta ternura… En fin, una maravilla. Y en una rueda de prensa me preguntaron qué iba a hacer después de esa obra, y yo dije: no voy a salir corriendo a buscar otro texto. Que no significa que me quiera retirar. Pues desde ahí no me han dejado vivir en toda la gira. En todas las entrevistas que me han hecho –siempre muy cariñosas– me lo preguntaban. Esa tontería se convirtió en algo muy pesado para mí, porque tenía que volver a repetir la historia… Y ya tengo el texto de la próxima función. Si la salud me lo permite y si no ocurre nada exterior que lo impida, será un texto de Wajdi Mouawad.—Ya interpretó ‘Incendios’, de este mismo autor, en un montaje de Mario Gas…—Y con unos compañeros maravillosos… Igual que ahora, que tengo al lado a unas pedazo de actrices de 30 años tan hechas, con una disciplina como la que yo he tenido toda la vida. No es fácil meterse en una compañía de gente a la que se conoce, pero livianamente, y de ahí salir con una relación de amistad.—Si le pregunta que si aprende de ellas me va a decir que sí, ¿pero qué le ofrecen, qué le aportan?—Renovación. A veces no me sirve para nada y a veces me ayuda muchísimo. Me enseña otras posibilidades. Son muy excepcionales.—Tienen una preparación…—…que no la había cuando yo tenía su edad.«No sé si es intuición o cómo llamarlo, pero ese amor desaforado que tengo por el teatro y por la gente del teatro es algo muy fuerte en mí. Cuando hablo con gente que no es del teatro, no les entiendo, no sé lo que dicen, no me interesa…»—¿Antes se actuaba más por intuición? ¿Usted actuaba por intuición?—No sé si es intuición o cómo llamarlo, pero ese amor desaforado que tengo por el teatro y por la gente del teatro es algo muy fuerte en mí. Cuando hablo con gente que no es del teatro, no les entiendo, no sé lo que dicen, no me interesa… Pero eso es cerrarse demasiado y siento que me ocurra.—Cuando presentó en Madrid ‘La isla del aire’, dijo que el teatro le daba la vida. ¿Nota que de alguna manera es otra persona encima del escenario? ¿Que es otra Nuria?—Sí. Aparecen obligaciones, deseos, cautela… Tengo que estar muy enferma para que esto pase a un segundo término. Cuando estoy bien y normal, la entrega es total.—En la temporada de la obra en el Español tuvo que suspender una función, pero al día siguiente ya estaba de nuevo en el escenario.—Me había quedado completamente afónica, no salía ni un soplo de la garganta. Me ha ocurrido solo otra vez, cuando hacía ‘Romancero gitano’.—¿Solo ha suspendido dos funciones en su carrera?—Sí, en los mas de setenta años de carrera, solo dos veces. Eso es un regalo del cuerpo. —Pero para eso hay que cuidarlo.—Sí, tienes que llevar una vida determinada. Hay muchos oficios que exigen vidas diferentes. Pero el teatro –aunque lo desmienten muy buenos actores que no están dispuestos a pagarlo– exige un precio: disciplina, horarios, saber decir que no…«He dirigido y me ha ido muy bien, pero no me gusta. No lo hago porque no me gusta. Me gusta ser actriz y darme todo ese espacio que nos damos para crecer y desarrollarnos»—La Universidad de Londres le otorga un doctorado ‘honoris causa’. ¿Qué ha significado el Reino Unido en su vida desde aquella primera experiencia con ‘La casa de Bernarda Alba’ en Londres dirigiendo a Glenda Jackson y Joan Plowright?—Es lo primero que dirigí en mi vida, y salió fantástico. No hablaba ni una palabra de inglés: solo «Mary is in the kitchen and Robert is at the office», que fue lo que me dio tiempo a aprender antes de la primera lectura… Los ensayos fueron difíciles para mí, tensos… Estaba insegura, pero acabó saliendo una función estupenda y que el público amaba.—¿Y qué supuso en su carrera? ¿Se había planteado dirigir?—Me lo habían planteado, más bien, pero no había querido. Después lo hice, y me fue muy bien, pero no me gusta. No lo hago porque no me gusta. Me gusta ser actriz y darme todo ese espacio que nos damos para crecer y desarrollarnos.—¿Tampoco ópera?—No. Solo me gusta actuar. Y después trato de hacer bien todas las cosas relacionadas con el teatro.—¿Soñaba ya con ser actriz de pequeña?—No, no soñaba con nada… Cuando era pequeña iba con doña Pepita a una casa donde nos enseñaban a leer y a escribir, y pensaba mucho en el dinero porque no lo conocía. Y cuando, por oírme decir una poesía, me ofrecieron un papelín minúsculo en el Romea, lo acepté llena de alegría, y ahí sí empecé a pensar… Fueron dos o tres años en el Romea en que empecé a pensar que sí, que eso me podría gustar. Empecé a hacer distinciones con los compañeros, que ni me saludaban ni nada de nada; empecé a decir: éste me gusta más y éste me gusta menos. ¿Por qué? Porque éste parece que dice la verdad y éste parece que no. Así de, así de banal y así de… Me imagino que cientos de miles de actores han pensado: «me gustaría hacer eso», y ya estás perdido.—El teatro es un veneno.—Absolutamente.—Ha hablado ahora de verdad. ¿Un actor es más sincero en el escenario o fuera de él?—Lo eres más en el escenario. Fuera de él se supone que tengo la posibilidad de elegir, y lo de fuera no es nada excitante. En cambio, el teatro sí me excita realmente.

Content Source: www.abc.es

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