Crítica de ‘Música’: Edipo salvado por la música

La nueva proeza de Angela Schanelec es una adaptación contemporánea no-canónica del mito de Edipo. Música se inicia con el abandono de un bebé. El recién nacido desamparado es Jon, el Edipo moderno; mientras que el adulto que renuncia a él es Luciano, o alter ego de Layo. Al igual que en el ciclo tebano, el niño será adoptado, sin conocer a sus padres biológicos. Años después, siendo adolescente, Jon mata a Luciano por azar. Este crimen es un episodio clave en la tragedia. A partir de ese momento, el protagonista se casará, sin saberlo, con la viuda del hombre que ha matado; cumpliéndose la profecía.

Cabe señalar que las elecciones de la cineasta a la hora de adaptar el mito resultan un reto interpretativo para el espectador. Sus planos formalmente perfectos (en muchos casos, sin diálogos) son menos contemplativos de lo que parecen. Estos esconden códigos simbólicos que contienen la información esencial que no está siendo verbalizada por los personajes. Por ejemplo, en la escena del crimen, tan sólo un breve plano detalle de las manos del difunto revela su identidad. Se trata de Luciano porque en sus dedos lleva tatuado el nombre de su mujer, Ion (la encarnación de Yocasta).

Seguidamente, Jon entra en prisión por homicidio. Allí se enamorará de su carcelera Ion. La mujer probará su amor grabándole música barroca. Esas melodías celestiales, cantadas por el contratenor Philippe Jaroussky, se presentan como un consuelo ante los infortunios mundanos. Poco a poco, la tragedia irá escalando. Los personajes de Schanelec no lograrán escapar de su destino, como tampoco pudieron los griegos. Sin embargo, la directora inserta un mensaje esperanzador que cobra sentido en la coda final del filme. Así, cuando todo está perdido, la música deviene el único antídoto para vencer el dolor.

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